Esta mañana abriendo los ojos en meditación delante del mar, de repente me viene una sensación de «antigüedad», de haber vivido esto antes, de que no hay nada de qué preocuparse porque miles de personas han sufrido, llorado y reído esto antes. Las mismas historias que ahora visitan mi vida, ya se han vivido antes. Me siento de repente muy serena, y el mar me regala gotas de paciencia. Toda la humanidad pasa por las mismas fases; la infancia, la adolescencia, la vida adulta; crecemos y nos hacemos mayores, nos salen canas y nuevas generaciones. Pasamos por despedidas, desamores, mudanzas, transiciones, pequeñas o grandes crisis, y todo es único y personal, a la vez que es algo totalmente universal. Y hay algo innato en todos nosotros, independientemente de donde venimos, de seguir explorando y evolucionando, en cuerpo, alma y espíritu. Somos las figuras en una enorme obra que ya se ha puesto en escena antes. Nuestros ancestros nos guían para que no repitamos sus errores, o para sí repetirlos pero ya con otros ojos, y con otro público.
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